lunes, 2 de junio de 2014

El destino sin destino


El 20 de enero de 1981 Ronald Reagan declaró: “No creo en un destino que caerá sobre nosotros, hagamos lo que hagamos. Creo en un destino que caerá sobre nosotros, sino hacemos nada”, aunque esta sentencia fue promulgada muchos años después de la fundación de Acción Nacional, es muy claro que los fundadores la entendieron, la asumieron y la heredaron.
 
Doce años de gobiernos panistas fueron un corto tiempo para romper con el rutinario camino del destino del País al que fuimos empujados por la falta de visión y de acción por los mal llamados gobiernos revolucionarios. Hoy una vez más Acción Nacional toma de frente el destino de nuestra nación y a través de una minoría creativa aprueba las reformas estructurales y hoy debate con argumentos, y desde su propia filosofía, las leyes secundarias.

Si el Presidente de  la República no logra avanzar en inteligencia política, habrá de conformarse con que el Congreso de la Unión saque adelante toda reforma, pero seguirá caminando la política como guía del destino en manos del PRI, que cambió para ser igual. Seguirá encerrada en el baúl del olvido la ética, que resultaría ser el faro que ilumine el sendero de la política.

En la ética y en la responsabilidad ciudadana, Acción Nacional sembró sus esperanzas para darle forma a un destino incierto que iniciara con Calles y que hoy se tambalea con Peña Nieto; políticas sin principios llevarán al País, una vez más, al desequilibrio económico, a la ingobernabilidad política y a la desconfianza ciudadana. Nuestros legisladores no pueden operar milagros aun cuando salgan a la brevedad posible las leyes secundarias.

Son los principios y los valores los que deben conducir a la política y los que deben prevalecer en cada acción de los políticos. Políticas sin principios es uno de los pecados sociales de los que hacía referencia Mahatma Gandhi; y aún más, la política deja de ser política cuando no tiene principios que la sostengan, ni valores que la orienten. Observamos con profunda tristeza y gran preocupación que las políticas públicas no van encaminadas a la centralidad de la persona, ni al desarrollo comunitario, sino a la supervivencia política de un gobierno que no sabe a dónde va, porque no sabe para qué llegó.

No puede, ni debe el Ejecutivo Federal, apostarle todo a la conclusión de las reformas estructurales, pues la estructura de la patria, no son los poderes, ni las instituciones, la estructura fundamental de nuestra nación es cada mexicano en la integralidad de su persona. O desde el poder se voltea a ver a la persona con mecanismos éticos y políticos, o el destino de las estructuras orgánicas será el fracaso rotundo. Nada por encima de la persona, nada por encima de los principios, nada por encima del alma fundacional de la nación mexicana.


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