El 20 de enero de 1981 Ronald Reagan declaró: “No
creo en un destino que caerá sobre nosotros, hagamos lo que hagamos. Creo en un
destino que caerá sobre nosotros, sino hacemos nada”, aunque esta sentencia fue
promulgada muchos años después de la fundación de Acción Nacional, es muy claro
que los fundadores la entendieron, la asumieron y la heredaron.
Doce años de gobiernos panistas fueron un corto
tiempo para romper con el rutinario camino del destino del País al que fuimos empujados
por la falta de visión y de acción por los mal llamados gobiernos
revolucionarios. Hoy una vez más Acción Nacional toma de frente el destino de
nuestra nación y a través de una minoría creativa aprueba las reformas
estructurales y hoy debate con argumentos, y desde su propia filosofía, las
leyes secundarias.
Si el Presidente de la República no logra
avanzar en inteligencia política, habrá de conformarse con que el Congreso de
la Unión saque adelante toda reforma, pero seguirá caminando la política como
guía del destino en manos del PRI, que cambió para ser igual. Seguirá encerrada
en el baúl del olvido la ética, que resultaría ser el faro que ilumine el
sendero de la política.
En la ética y en la responsabilidad ciudadana,
Acción Nacional sembró sus esperanzas para darle forma a un destino incierto
que iniciara con Calles y que hoy se tambalea con Peña Nieto; políticas sin
principios llevarán al País, una vez más, al desequilibrio económico, a la
ingobernabilidad política y a la desconfianza ciudadana. Nuestros legisladores
no pueden operar milagros aun cuando salgan a la brevedad posible las leyes
secundarias.
Son los principios y los valores los que deben
conducir a la política y los que deben prevalecer en cada acción de los
políticos. Políticas sin principios es uno de los pecados sociales de los que
hacía referencia Mahatma Gandhi; y aún más, la política deja de ser política
cuando no tiene principios que la sostengan, ni valores que la orienten.
Observamos con profunda tristeza y gran preocupación que las políticas públicas
no van encaminadas a la centralidad de la persona, ni al desarrollo
comunitario, sino a la supervivencia política de un gobierno que no sabe a
dónde va, porque no sabe para qué llegó.
No puede, ni debe el Ejecutivo Federal, apostarle
todo a la conclusión de las reformas estructurales, pues la estructura de la
patria, no son los poderes, ni las instituciones, la estructura fundamental de
nuestra nación es cada mexicano en la integralidad de su persona. O desde el
poder se voltea a ver a la persona con mecanismos éticos y políticos, o el
destino de las estructuras orgánicas será el fracaso rotundo. Nada por encima
de la persona, nada por encima de los principios, nada por encima del alma
fundacional de la nación mexicana.