lunes, 24 de junio de 2013

Jesús Silva-Herzog Márquez / El partido de los resentimientos (Reforma)

Al terminar su discurso a la Asamblea Constitutiva del Partido Acción Nacional, Manuel Gómez Morin defendió su proyecto como la vía para hacer de México "una patria ordenada y generosa, y asegurar a todos los mexicanos una vida mejor y más digna". La frase se convirtió de inmediato en lema del partido: por una patria ordenada y generosa. Doble apuesta del conservadurismo democrático: cambio ordenado, pacífico, siempre a través de los cauces institucionales; superación de las envidias, sometimiento de la ambición a lo que llaman "bien común". Tras doce años de gobierno, el partido de la derecha, si quisiera retratarse en su lema, habría de invertir el binomio: un partido desordenado y rencoroso.
Desordenado porque ha dejado de cuidar el patrimonio de su institucionalidad. El presidente del partido no actúa como coordinador de una estructura plural y diversa, sino como el comandante de una tropa vengadora. Lejos de procurar convivencia y entendimiento, polariza, excluye, provoca. Va tras de aquellos que, desde el poder, lo maltrataron. Por encima de los intereses comunes, se dedica a la venganza interna. La jefatura de un partido entregada, pues, a los peores instintos de una de sus tribus. El conflicto incubado desde hace tiempo no ha sido estímulo de prudencia para el presidente del PAN sino, por el contrario, un acicate para profundizar la crisis. No han sido pocos los conflictos internos en el PAN en la historia de ese partido: diferencias ideológicas, pleitos por la estrategia electoral, desacuerdos sobre el sentido de la colaboración con otros. Pero es difícil recordar enemistades de esta magnitud. Grupos acusándose de pillos, conspiraciones para burlar la ley, decisiones vitales para el partido que no tienen más sentido que la ofensa y la provocación. La estupidez del desquite.
Cuando Gómez Morin hablaba del orden, aludía a la necesidad de cultivar respeto por las instituciones. Esa fue, quizá, la gran aportación de Acción Nacional a la vida pública mexicana: un partido empeñado en la ruta institucional: una terca barrera al caudillismo y la arbitrariedad. Si en algo contrastaba el PAN con el paisaje era precisamente que se tomaba las reglas -empezando por las propias- en serio. Pero la política del escarmiento no se subordina a norma alguna. Así, la mayoría de los senadores panistas ha querido dar un golpe de Estado a su coordinador. Les fue impuesto, desde luego, como un agravio tan legal como arbitrario del presidente del PAN. No tardaron los viudos de Calderón en responder el insulto con el atropello. Al coordinador impuesto lo pretenden convertir, más que en pieza decorativa en emblema de sometimiento. Lo hacen violando abierta y groseramente sus propias reglas. En lo sustancial, pretenden arrebatarle al coordinador toda palanca de coordinación. En lo formal, lo han hecho rompiendo con el procedimiento legal para reformar sus estatutos. Lo establece con claridad el artículo 25 del Estatuto del Grupo Parlamentario del PAN en el Senado: el coordinador o el vicecoordinador que él designe debe presidir cualquier reunión convocada para reformar sus estatutos. La mayoría de los senadores decidió "reformar" los estatutos en ausencia de quienes debían presidir la reunión. Los senadores panistas violando abiertamente su legalidad para asestarle un golpe al coordinador. El calderonismo se muestra así como una banda golpista dentro de su propio partido. Violar la ley para arrebatarle el poder a quien legalmente le corresponde. La grotesca espiral de las venganzas.
Las crisis pueden ser encrucijadas complejas que permiten definir un rumbo. Los conflictos pueden ser pleitos fértiles. Pero no hay ninguna nobleza de este tipo en la crisis del PAN. No hay debate de ideas; no se oponen proyectos; ni siquiera son estilos contrastantes de liderazgo los que se plantean hoy para darle rumbo a un partido indispensable. El PAN se ha convertido en el partido de los resentimientos. Un partido en oposición a sí mismo, un partido enfadado consigo mismo. Acción Nacional no puede ver afuera porque lo dominan los rencores familiares, la animosidad interna, el odio doméstico, los agravios consanguíneos. En esta lucha a garrotazos, no hay personaje de autoridad, no hay figuras respetables de cohesión que pudieran servir para la urgente mediación. Y los protagonistas de la crisis siguen dedicados a carbonizar el patrimonio de su partido. La crisis de Acción Nacional apenas empieza. Lo peor está por venir.

http://www.reforma.com/blogs/silvaherzog/

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